El corazón incrédulo, por más que se jacte, no sabe nada


hombre bruto

Puede ser un filósofo y, con todo, ser tan necio que no admita la existencia de un Hacedor para las diez mil creaciones incomparables que le rodean, que llevan, incluso en su superficie, las evidencias de un designio profundo. El corazón incrédulo, por más que se jacte, no sabe nada; y con toda su exhibición intelectual, no entiende. El hombre ha de ser o un santo o un insensato, no tiene otra alternativa; queda tipificado o bien por el serafín que adora o el bruto ingrato. Así que, lejos de presentar nuestros respetos a los grandes pensadores que no reconocen la gloria o el ser de Dios, deberíamos considerarlos como las bestias que perecen, inferiores a los brutos, ya que su condición lamentable ha sido escogida por ellos mismos. ¡Oh Dios, qué triste es que los hombres a los cuales has concedido tales dones, y a quienes has hecho a tu imagen, se embrutezcan de tal forma que no quieran ver ni entender lo que Tú has dejado ver tan claro! Bien podría decir alguno: «Dios hizo al hombre un poco menor que los ángeles al principio, y él ha ido descendiendo más y más desde entonces.»
C. H. S.

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