La voz de un Salmo

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La voz de un Salmo. Jerónimo nos dice que en su día los Salmos se oían por los campos y por los viñedos de Palestina, y que caían suavemente en el oído, mezclándose con el cántico de los pájaros y la fragancia de las flores en primavera. El que araba, al guiar el arado, cantaba el aleluya, y, el segador, el viñador y el pastor cantaban los cánticos de David. «Estos», dice, «son nuestros cánticos de amor; éstos son los instrumentos de nuestra agricultura.» Sidonio Apolinario describe a sus marineros, cuando empujan, remando, la barca corriente arriba, cantando salmos, hasta que las orillas del río se hacen eco de su aleluya, y hermosamente aplica la costumbre, en una figura, al viaje de la vida cristiana. J. J. S. Perowne El canto de estos Salmos se hizo tan popular que Disraeli dice que «sugirió en la inauguración hosca del, austero Calvino el proyecto» de introducir el canto de los Salmos en su disciplina en Ginebra. «Este frenesí infeccioso de cantar Salmos», como casi blasfemando, dice Warton, se propagó rápidamente por toda Alemania, así como Francia, y pasó a Inglaterra. Disraeli dice con sarcasmo, que en tiempos de la Commonwealth «se cantaban Salmos en los banquetes del Lord Mayor y en los festines de las ciudades; los soldados los cantaban en sus marchas y en los desfiles; y en las pocas casas que tenían ventanas que daban a las calles, se veía que cantaban Salmos vespertinos». Sólo podemos añadir: quiera Dios que esto vuelva a repetirse. C. H. S.

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