Aborreced el mal

maligno

 Los que amáis a Jehová, aborreced el mal. Porque Él lo aborrece, su fuego lo consume, sus rayos lo desbaratan, su presencia trastorna su lugar, y su gloria confunde a los que lo aman. No podemos amar a Dios sin aborrecer lo que Él aborrece. No sólo hemos de evitar el mal y rehusar respaldarlo, sino que hemos de armamos contra él y sentir hacia él una franca indignación. C. H. S.

Es evidente que nuestra conversación y conducta son sanas cuando aborrecemos el pecado de todo corazón; un hombre puede saber que el odio que siente al mal es verdadero, primero, si es total; el que aborrece el pecado, verdaderamente lo aborrece todo.

En segundo lugar, el verdadero aborrecimiento es fijo: no se calma sino aniquilando la cosa aborrecida. Tercero, el aborrecimiento es un afecto más profundamente arraigado que la ira; la ira puede ser calmada, pero el odio permanece y se dirige a todo lo afectado. En cuarto lugar, si nuestro odio es verdadero, aborreceremos todo mal en nosotros mismos primero, y luego en los otros; el que aborrece a un sapo lo aborrecería especialmente en su propio seno. Muchos, como Judá, son severos al censurar a otros (Génesis 38:24), pero indulgentes para ellos mismos.

En quinto lugar, el que aborrece el pecado verdaderamente aborrece el mayor pecado en mayor medida, y todo mal en su justa proporción. En sexto lugar, nuestro odio es recto si podemos aceptar la admonición y reprensión por el pecado sin airarnos; por tanto, los que se yerguen contra la reprensión no dan la impresión de que aborrezcan el pecado. Richard Sibbes

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